CULTURALIA. ITURBIDE, PERSONAJE POR REIVINDICAR

NOÉ GUERRA PIMENTEL
El próximo viernes 24 Colima y México entero estarán ofreciendo ofrendas, guardias, guardias y ceremonias cívicas a uno de los principales símbolos que nos unifican e identifican en nuestra discutida mexicanidad, la bandera, motivo que resulta insostenible si continuamos empeñándonos en confundir su origen y en negar a su indiscutible autor, Agustín Cosme Damián de Iturbide y Arámburu o Agustín I de México o Agustín de Iturbide.



Gesto reprobable e ingrato que viene desde hace casi una centuria, allá por los meses de septiembre y octubre de 1921, con motivo de la conmemoración del primer centenario de la consumación de la independencia de México, cuando según consta en el Diario de Debates, en el seno de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión se tuvo una acalorada discusión en torno a la iniciativa para quitar el nombre de don Agustín de Iturbide de las paredes de dicho recinto, inscrito en letras de oro desde 1835. La iniciativa prosperó y el nombre de quien indiscutiblemente había consumado la independencia fue arrojado, letra por letra y entre festejos y gritos en contra de la “reacción”, del muro de Donceles y Allende.

La cuestión había alcanzado una importancia insospechada, pues se consideró que la propia vida de la Revolución se encontraba en entredicho mientras el nombre de Iturbide permaneciera en aquellas paredes. Con este acto culminó un largo episodio dentro de las luchas entre liberales y conservadores para escamotear y negar méritos a quien consumara la independencia en 1821.

Al mismo tiempo, la decisión del congreso señaló el propósito deliberado para excluir su nombre de la historia de México y para borrar su recuerdo de la memoria colectiva de los mexicanos. Objetivo conseguido por la historiografía oficial al servicio de los gobiernos posrevolucionarios desde Obregón. Tan es así que, en 1996 el gobierno federal simplemente “olvidó” festejar el 175 aniversario del nacimiento de México, por no comprometerse a pronunciar y a reconocer los méritos de quien desató el nudo sin romperlo y dio origen a una nueva Nación.

Desde 1921, el nombre de Iturbide no sólo no se halla en el Congreso, sino que increíblemente se encuentra proscrito del lenguaje cívico “oficial”, que no de la memoria de muchos mexicanos, quienes vagamente recordamos que a él debemos la independencia. Y digo vagamente, porque aún en los libros de historia oficiales se reconoce este inocultable hecho, aunque se haya pretendido suplantar su nombre con el de Vicente Guerrero, quien en 1971, en el colmo, fue declarado oficialmente por Luis Echeverría, como el consumador de la independencia.

Esta actitud no deja de llamar la atención. El único libertador latinoamericano que no es motivo de un reconocimiento por parte de los respectivos estados que independizaron del Imperio Español, es Iturbide, debido a que primero combatió y derrotó a los insurgentes y, más tarde, propuso el establecimiento de una monarquía constitucional. Fue calificado de “traidor”, y condenado a muerte por el congreso en 1824, cuando lo que deseaba era el establecimiento de un imperio grande y fuerte en el norte de América, con presencia comercial en el Golfo, en el Pacífico y en el Caribe, y que fuera respetado por las grandes naciones de la época. Lo que no convenía a los Estados Unidos, cuyo embajador –Joel R. Poinsett- aliado con el Clero católico mexicano ayudó a su caída y muerte.

Traigo esto, porque también se evita recordar que a Iturbide debemos, además, nuestra bandera, el primer ejército regular mexicano y un propio programa constitucional, acorde a la historia y circunstancias particulares de los mexicanos, así como el camino para encontrar la felicidad común: la Unión.

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