Mirtea Elizabeth Acuña Cepeda
Desde una perspectiva histórica, van saltando a la vista las mil y una formas de violencia que se han vivido y que aún se viven, en las distintas sociedades humanas. Ese repaso histórico lleva a un estado mental de pesimismo que hace pensar en que posiblemente no sea dable la existencia de una sociedad donde reine le equidad y la igualdad social. Basta dar un breve paseo imaginario a través de las distintas épocas, para encontrar que desde las más antiguas sociedades se han establecido marcadas diferencias entre los seres humanos; para ello se han instituido categorías como clase, estatus, género, etnia, o cualesquier otra forma jerárquica que sirva para definir la posición social de las personas; estas las van separando y alejando, tanto y tanto que se considerarían seres de especies diferentes.
Tales categorías sociales sirven de excusa para que unos grupos o individuos, traten de imponerse sobre otros mediante el uso de la fuerza; una violencia física de sociedades que buscan el poder hegemónico y que al lograrlo se transmuta en violencia simbólica. Esta es prácticamente invisible y hasta suave, pues se aceptada sin censura por casi todo el conjunto social, una aceptación que se logra a través del consenso de una determinada visión del mundo, en la cual se reconoce la validez de ciertos roles sociales. Quienes no lo aceptan se consideran gente inadaptada, rebelde, transgresora.
Esa visión del mundo propicia una tácita conformidad en unas diferencias humanas que han sido construidas socialmente y que van mucho más allá de las biológicas; de tal consentimiento se derivan conductas, deliberadas o no, pero que provocan daños psicológicos o físicos a las personas. Estos comportamientos no son otra cosa que distintos tipos de violencia, que la inconsciencia social permite pasar inadvertidos: la intrafamiliar, da forma a las menos pensadas expresiones de maltrato; la de género, llega al feminicidio como en el caso de C. Juárez; la ambiental, contamina con las bocinas a todo volumen y los bajos retumbando cual tambores de guerra o, el impaciente claxon en las horas pico; la pública, discusiones y gritos, en la larga fila o al pasarse el semáforo en luz roja; la política, traducida en indiferencia ante el ciudadano común y los acontecimientos de la nación, la socio-económica, marginalidad, subempleo, desigual acceso a la educación o a los servicios de salud. En fin, cada tipo de violencia refleja esa cultura que la permite y la promueve, atentando hasta contra la vida misma. Porque toda violencia tiene un trasfondo que se puede calificar de criminal, aunque conviene dejar este epíteto para la que rompe las leyes.
Ahora bien, de la II Reunión de Universidades e Instituciones de Educación Superior, realizada en la Universidad de Colima, hace apenas unos días, me ha quedado en la mente un “violentómetro” presentado por las integrantes del Programa Institucional de Gestión con perspectiva de Género del IPN; se trata de una regla que establece parámetros que miden la escalada de violencia, conforme se van dando las conductas violentas, aumenta el puntaje. Conviene decir que toda acción tiene una reacción, entonces, cuando una persona es violenta, la violentada podrá reaccionar de distintas formas y esto provocará distintos efectos; desde pasividad y disminución progresiva de su autoestima hasta responder con mayor violencia a la sufrida. El límite puede ser el asesinato, tanto o más brutal como haya sido la escalada de violencia.
El violentómetro se divide en tres partes, Primero alerta, “¡Ten cuidado! La violencia aumentará”; luego pide, “¡Reacciona! No te dejes destruir”, se puede agregar “ni destruyas”; la última advierte, “¡Necesitas ayuda profesional!”. Aunque hay muchas más, este violentómetro registra las siguientes formas de violencia: bromas hirientes, chantaje, mentir y engañar, ignorar o aplicar la ley del hielo, celar, culpabilizar, ridiculizar y ofender, humillar en público o en privado, intimidar o amenazar, controlar o prohibir, destruir artículos personales, manosear, caricias agresivas, golpear “jugando”, pellizcar o arañar, empujar y jalonear, cachetear, patear, encerrar o aislar, amenazar con objetos, con armas, de muerte, forzar a una relación sexual, abuso sexual, mutilar, asesinar. Cada forma entraña un antivalor, por ello es dable afirmar que la violencia es la máxima expresión de antivalores; las “bromas hirientes”, una de las expresiones menos brutales de violencia, ni siquiera reflejan bondad de alma; otras recuerdan el dicho popular: “juego de manos, juego de villanos” y aquí la palabra villano es sinónimo de ruin y despreciable.
Posiblemente sea iluso pensar que el cambio social descansa sobre una educación que propicie la práctica constante de los valores, entre otros: ética, honradez, bondad, modestia, solidaridad, amistad, amor, prudencia, responsabilidad, fortaleza, lealtad, fidelidad, libertad, caridad, justicia, igualdad, templanza, integridad personal. Pero, conocerlos y practicarlos enciende una luz de esperanza para frenar a la violencia.
Una causa de la violencia es la ignorancia, pero no se le podría dejar toda la carga, porque existen otros factores que la predisponen (alcoholismo y drogadicción, entre otros que requieren asistencia médica), también existe una marcada inconsciencia social y esta tiene que ver directamente con la educación; así como, la falta de control de los impulsos y emociones reflejan una ausencia de carácter que se traduce en violencia. Y, no hay ningún ser humano que no pueda desarrollar cualidades y rasgos psíquicos, afectivos y morales que día a día vayan conformando su carácter, esa parte de la personalidad humana que se mejora y forja para ser y comportarse como una mejor persona. Una persona violenta se niega a dialogar, es irrazonable y se obstina en actuar pese a quien pese, su único código de conducta es la fuerza.
Poder medir la violencia, de acuerdo con el violentómetro, quizá sea una forma de vacunarse contra ella. Con base en este instrumento es preciso hacer un examen de conciencia, en el sentido de reflexionar cuándo y cuánto ejercemos violencia o cuándo y cuánto la sufrimos; pues no existe respeto mutuo entre las personas, cuando en sus relaciones permiten que se presente alguna forma de violencia. En contra parte, los valores son referentes que orientan el comportamiento humano hacia la transformación social y la realización de la persona; son pautas conductuales, importantes para la vida del individuo y del grupo social, así, la educación es un baluarte contra la violencia, pues desarrolla la humanidad de la persona, mientras que los contravalores o antivalores la despojan de esa cualidad y, la violencia entraña la negación de cada uno de los valores morales, sociales, afectivos, estéticos, físicos… en fin, violencia es el máximo antivalor.
Publicado en: Ecos de la Costa, 16/10/2010, p.4 Sección, Palabras de mujer, coordinada por Sara Lourdes Cruz Iturribarría,http://www.ecosdelacosta.com.mx/index.php?seccion=15&id=90077&encabezado=Violencia,%20generadora%20de%20antivalores
Tales categorías sociales sirven de excusa para que unos grupos o individuos, traten de imponerse sobre otros mediante el uso de la fuerza; una violencia física de sociedades que buscan el poder hegemónico y que al lograrlo se transmuta en violencia simbólica. Esta es prácticamente invisible y hasta suave, pues se aceptada sin censura por casi todo el conjunto social, una aceptación que se logra a través del consenso de una determinada visión del mundo, en la cual se reconoce la validez de ciertos roles sociales. Quienes no lo aceptan se consideran gente inadaptada, rebelde, transgresora.
Esa visión del mundo propicia una tácita conformidad en unas diferencias humanas que han sido construidas socialmente y que van mucho más allá de las biológicas; de tal consentimiento se derivan conductas, deliberadas o no, pero que provocan daños psicológicos o físicos a las personas. Estos comportamientos no son otra cosa que distintos tipos de violencia, que la inconsciencia social permite pasar inadvertidos: la intrafamiliar, da forma a las menos pensadas expresiones de maltrato; la de género, llega al feminicidio como en el caso de C. Juárez; la ambiental, contamina con las bocinas a todo volumen y los bajos retumbando cual tambores de guerra o, el impaciente claxon en las horas pico; la pública, discusiones y gritos, en la larga fila o al pasarse el semáforo en luz roja; la política, traducida en indiferencia ante el ciudadano común y los acontecimientos de la nación, la socio-económica, marginalidad, subempleo, desigual acceso a la educación o a los servicios de salud. En fin, cada tipo de violencia refleja esa cultura que la permite y la promueve, atentando hasta contra la vida misma. Porque toda violencia tiene un trasfondo que se puede calificar de criminal, aunque conviene dejar este epíteto para la que rompe las leyes.
Ahora bien, de la II Reunión de Universidades e Instituciones de Educación Superior, realizada en la Universidad de Colima, hace apenas unos días, me ha quedado en la mente un “violentómetro” presentado por las integrantes del Programa Institucional de Gestión con perspectiva de Género del IPN; se trata de una regla que establece parámetros que miden la escalada de violencia, conforme se van dando las conductas violentas, aumenta el puntaje. Conviene decir que toda acción tiene una reacción, entonces, cuando una persona es violenta, la violentada podrá reaccionar de distintas formas y esto provocará distintos efectos; desde pasividad y disminución progresiva de su autoestima hasta responder con mayor violencia a la sufrida. El límite puede ser el asesinato, tanto o más brutal como haya sido la escalada de violencia.
El violentómetro se divide en tres partes, Primero alerta, “¡Ten cuidado! La violencia aumentará”; luego pide, “¡Reacciona! No te dejes destruir”, se puede agregar “ni destruyas”; la última advierte, “¡Necesitas ayuda profesional!”. Aunque hay muchas más, este violentómetro registra las siguientes formas de violencia: bromas hirientes, chantaje, mentir y engañar, ignorar o aplicar la ley del hielo, celar, culpabilizar, ridiculizar y ofender, humillar en público o en privado, intimidar o amenazar, controlar o prohibir, destruir artículos personales, manosear, caricias agresivas, golpear “jugando”, pellizcar o arañar, empujar y jalonear, cachetear, patear, encerrar o aislar, amenazar con objetos, con armas, de muerte, forzar a una relación sexual, abuso sexual, mutilar, asesinar. Cada forma entraña un antivalor, por ello es dable afirmar que la violencia es la máxima expresión de antivalores; las “bromas hirientes”, una de las expresiones menos brutales de violencia, ni siquiera reflejan bondad de alma; otras recuerdan el dicho popular: “juego de manos, juego de villanos” y aquí la palabra villano es sinónimo de ruin y despreciable.
Posiblemente sea iluso pensar que el cambio social descansa sobre una educación que propicie la práctica constante de los valores, entre otros: ética, honradez, bondad, modestia, solidaridad, amistad, amor, prudencia, responsabilidad, fortaleza, lealtad, fidelidad, libertad, caridad, justicia, igualdad, templanza, integridad personal. Pero, conocerlos y practicarlos enciende una luz de esperanza para frenar a la violencia.
Una causa de la violencia es la ignorancia, pero no se le podría dejar toda la carga, porque existen otros factores que la predisponen (alcoholismo y drogadicción, entre otros que requieren asistencia médica), también existe una marcada inconsciencia social y esta tiene que ver directamente con la educación; así como, la falta de control de los impulsos y emociones reflejan una ausencia de carácter que se traduce en violencia. Y, no hay ningún ser humano que no pueda desarrollar cualidades y rasgos psíquicos, afectivos y morales que día a día vayan conformando su carácter, esa parte de la personalidad humana que se mejora y forja para ser y comportarse como una mejor persona. Una persona violenta se niega a dialogar, es irrazonable y se obstina en actuar pese a quien pese, su único código de conducta es la fuerza.
Poder medir la violencia, de acuerdo con el violentómetro, quizá sea una forma de vacunarse contra ella. Con base en este instrumento es preciso hacer un examen de conciencia, en el sentido de reflexionar cuándo y cuánto ejercemos violencia o cuándo y cuánto la sufrimos; pues no existe respeto mutuo entre las personas, cuando en sus relaciones permiten que se presente alguna forma de violencia. En contra parte, los valores son referentes que orientan el comportamiento humano hacia la transformación social y la realización de la persona; son pautas conductuales, importantes para la vida del individuo y del grupo social, así, la educación es un baluarte contra la violencia, pues desarrolla la humanidad de la persona, mientras que los contravalores o antivalores la despojan de esa cualidad y, la violencia entraña la negación de cada uno de los valores morales, sociales, afectivos, estéticos, físicos… en fin, violencia es el máximo antivalor.
Publicado en: Ecos de la Costa, 16/10/2010, p.4 Sección, Palabras de mujer, coordinada por Sara Lourdes Cruz Iturribarría,http://www.ecosdelacosta.com.mx/index.php?seccion=15&id=90077&encabezado=Violencia,%20generadora%20de%20antivalores
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