NOÉ GUERRA PIMENTEL*
Continuando con estas entregas y no sin agradecer los comentarios, hoy abordo una de las más convulsionadas épocas del naciente México independiente, la que “a río revuelto” propició la más grande pérdida del territorio mexicano reconocido y heredado del gobierno virreinal de la Nueva España que, dicho sea, en su momento registró en su dominio casi 7 millones de kilómetros cuadrados contra los menos de dos (1 millón 947. 156 km2) que actualmente hacen al territorio de la República mexicana; pérdida registrada de 1836 a 1853.
Continuando con estas entregas y no sin agradecer los comentarios, hoy abordo una de las más convulsionadas épocas del naciente México independiente, la que “a río revuelto” propició la más grande pérdida del territorio mexicano reconocido y heredado del gobierno virreinal de la Nueva España que, dicho sea, en su momento registró en su dominio casi 7 millones de kilómetros cuadrados contra los menos de dos (1 millón 947. 156 km2) que actualmente hacen al territorio de la República mexicana; pérdida registrada de 1836 a 1853.
Esta etapa, una de las más sombrías de la historia patria, fue la de la desincorporación de poco más de la mitad del entonces territorio en los conflictos en el norte del país y la guerra con Estados Unidos iniciada en 1846. Los orígenes de estos conflictos se originaron con la ocupación de colonos anglosajones a la casi despoblada Tejas, amplísima y desolada región que por conseja e imposición del alto clero secular se mantuvo así, durante los casi 300 años del virreinato y más, pues según ellos no convenía que “los protestantes del norte” se acercaran al centro y atentaran contra las “sanas creencias” de las almas católicas.
Esta situación se agravó con la autorización obtenida por Moisés Austin, en 1821, para establecerse en la región con 300 familias que, aunque adquirían la nacionalidad mexicana, crearon una cultura propia y, al tiempo, ante el desdén del gobierno central y la imposición de tributos arbitrarios reclamaron derechos de autonomía que ante dicha realidad se verían recompensados en 1836 con la separación oficial de los Estados Unidos Mexicanos.
Desde luego, detrás de esta separación estaban los intereses de Estados Unidos, y era sólo cuestión de tiempo para la anexión territorial consumada en 1845. Al año siguiente, al pretender ampliar las fronteras de Tejas hasta el Río Bravo, Estados Unidos declaró la guerra a México, el 13 de mayo de 1846. La consecuencia de esta guerra fue la firma del Tratado de Guadalupe el 2 de febrero de 1848, por el que México se obligó a ceder los territorios de Alta California -los actuales estados de California, Arizona, Nevada, parte de Colorado y Utah-, además de Nuevo México y la ampliación de la ya Texas hasta el Río Bravo.
El último territorio perdido -y el que ha generado más confusiones históricas- fue la Mesilla. En diciembre de 1853, bajo la presidencia de “su Alteza serenísima”, como se hacía llamar “el Napoleón del oeste” como se hacía llamar y le citaban los aduladores, el general Antonio López de Santa Anna, el gobierno estadounidense “compró” al de México cerca de 340 mil hectáreas en detrimento de los estados de Chihuahua y Sonora. Aunque ésta fue una pérdida importante, el territorio era mínimo comparado con el cedido por un país, México, que apenas nacía y en una de las guerras con menos sustento y más injustas de la historia de América. Continuará.
*Presidente de la Sociedad Colimense de Estudios Históricos, A.C.
*Presidente de la Sociedad Colimense de Estudios Históricos, A.C.
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