CULTURALIA. CHÁVEZ CARRILLO Y YO


“Mi Padre tuvo muchos amigos,
Muchos lo visitaban aunque a pocos invitaba,
de esos, solo con algunos compartía su mesa
y tú fuiste uno. Él, te quería mucho.”
MARCELA CHÁVEZ RAMÍREZ.28.07.11.

NOÉ GUERRA PIMENTEL*
Fueron casi diez años los que tuve el privilegio de la amistad del maestro Jorge Chávez Carrillo, tiempo que me permitió conocer a este hombre a quien no obstante la admiración que desde siempre le tuve, para mi sorpresa fue él quien propició el primer acercamiento, cuando al saludarle en la inauguración del Museo que lleva su nombre, me dijo que me leía en Ecos de la Costa y me felicitó.
Tiempo después a través de un amigo común, el respetado historiador José Oscar Guedea Castañeda, me invito a desayunar a su casa de Revolución 109, en el centro histórico de la ciudad de Colima. Una discreta casona de alta fachada blanca que ve al oriente con cochera y puerta-portón principal de madera a la izquierda que cubre el vestíbulo, a su vez protegido por una reja de herrería artística en negro contrastado con las paredes blancas y el piso de loseta en rojo que se tiende por toda la planta baja en “L” que hace a la construcción de amplias estancias una casa fresca a toda hora, con patio donde no entra en directo el sol y donde el canto de los pájaros de todas horas se confunde con las campanadas incesantes de las parroquias cercanas.
Eran las 9 horas. Llegamos puntuales. José Oscar impaciente, yo un poco tenso. Era normal, para mí lo era. Él ya nos esperaba en la sala, preparado, con su abundante mata de pelo cano peinado hacia atrás, recién bañado y cambiado, vestido de blanco, estaba sentado en su silla motorizada de ruedas. Luego de los saludos y como para romper el hielo vino el “Vamos pues, porque a comer como a misa, nomás una vez se llama” sonriendo, los tres nos dirigimos al comedor cubierto con mantel bordado a mano, puesto con fruta de temporada, jarra de jugo de naranja, yorgurt, fruta cocida, café, pan dulce, vaso con leche por comensal y los platos con sus cubiertos, frente a la humeante salsa de jitomate cercana al cesto de pan blanco, al que luego, con los huevos rancheros de esa ocasión, reposando en el tortillero se le acercaron las tortillas recién hechas a mano. Luego del asombro ante la abundancia, entendí que era escena normal en ese, al que el maestro reconocía como “el alimento más importante del día”, el desayuno.
De artistas, de su pasado, de sus sueños, del retrato que le hizo a Portes Gil, cuando luego este se lo quiso llevar a vivir y estudiar a la ciudad de México; de política y de políticos, de su inolvidable hermano Rodolfo, de Griselda Álvarez, de Velasco Curiel, de su formación artística, de Diego Rivera, de Frida, de los Fridos, de sus esfuerzos personales, de sus años juveniles, de su faceta de deportista, de su época como servidor público, de sus amigos y enemigos, de sus viajes, de música, de ciudades, de su condición de asesor político, como de muchas otras cosas más que entre algunas confidencias me compartió y que con celo guardaré.
A veces en su pequeño estudio enclavado al fondo de la planta alta, otras ocasiones en la terraza que da al patio, otras más en la planta baja, igual que en la sala, fueron los espacios donde ordinariamente yo le preguntaba y escuchaba sus respuestas pletóricas de anécdotas sin fin, hasta que de pronto me decía: “Creo que ya es hora, a ver cuando vuelves con más tiempo” o “¿Ya te cansaste? porque yo sí”, era hora de despedirse y esperar otra invitación, aunque él decía que no hacía falta, siempre observé esa regla de urbanidad. De las últimas ocasiones que estuve con él, fue con motivo de sus palabras de agradecimiento por la “Medalla Lázaro Cárdenas del Río”, que le entregaría la Universidad de Colima, esa vez platicamos en la recamara de la planta baja.
Colima, está de luto. Lo dije ese día, el día de su muerte, la tarde del jueves 28 de julio y lo repetí un día después en un noticiero radiofónico y para seis páginas electrónicas informativas. Es cierto, Colima está de luto, ha perdido a uno de sus más grandes hijos del siglo pasado, ha perdido a un hombre que crecerá en su propia historia para convertirse en leyenda y transformarse en el mito que él mismo extractó para su ascendiente artista plástico, Alfonso Michel. En paz descanse mi amigo y maestro Jorge Chávez Carrillo. Gracias Marcela.
*Presidente de la Sociedad Colimense de Estudios Históricos, A.C.

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