Maestro Jorge Chávez Carrillo.
NOÉ GUERRA PIMENTEL*
En una fecha como la de este sábado 30 de julio, pero de hace 200 años, en 1811 fue fusilado y luego decapitado el degradado Cura y defenestrado Caudillo del movimiento de Independencia Miguel Gregorio Antonio Ignacio, Hidalgo Costilla Gallaga Mandarte y Villa-Señor, mejor conocido como Miguel Hidalgo y Costilla. Un hombre cuya trascendencia se fue construyendo con el tiempo hasta convertirlo en personaje más emblemático del movimiento armado, por lo menos en dos momentos, el primero durante el segundo imperio encabezado por Maximiliano de Habsburgo, quien se encargó de darle imagen, presencia y contexto al Caudillo y luego con Porfirio Díaz, el que amplió la carta biográfica y adaptó el retrato hablado que del Héroe se conocía para heredárnoslo tal y como lo veneramos en la actualidad, como el Padre de la Patria.
Empero ¿Qué hay de él, del Héroe, en aquella Colima que entonces era solo una Villa? Según lo fundamenta Servando Ortoll en Historia General de Colima (Tomo III) Los vecinos de la Villa de Colima que vivieron durante las dos últimas décadas del siglo XVIII, en las que ocurrieron reformas administrativas de toda especie, se encontraron confundidos. Más, si se había acordado que la de Colima pasara a la jurisdicción neogallega y permanecía todavía en Michoacán. Para afianzar los lazos de su Iglesia en Colima, el obispo michoacano haya decidido enviar a la Villa a uno de sus cercanos: el bachiller Miguel Hidalgo. Algunos historiadores, ignorando seguramente las preferencias políticas del Obispo michoacano al seno de la Iglesia, interpretaron el alejamiento de Hidalgo de la ciudad de Valladolid como castigo. Lo que contradice el historiador Jean Meyer, quien afirma que “Durante mucho tiempo se creyó que su nombramiento como cura de Colima, en 1792, fue castigo. Se dijo que sus superiores le quitaron el puesto prestigioso de rector y lo “exiliaron” en una parroquia lejana para aplacar su espíritu.
Ser Rector de un seminario en aquella época no era la gran cosa; ser nombrado Cura de la parroquia de Colima, aunque fuera interino, era toda una promoción. Lo que se mide muy concretamente. En Valladolid, ni sumando todos sus sueldos -como Maestro, Administrador y Rector- pasó de ganar más de mil 200 pesos anuales. Como cura de la próspera Colima, ganaba 3 mil. ¿Castigo? ¿Destierro? El obispo manifestaba en esa forma su aprecio y agradecimiento a uno de sus mejores elementos. Si Hidalgo era uno de los “mejores elementos” ¿No lo pudo haber enviado a “inquirir” sobre el sentimiento de los colimenses respecto a su posible separación del obispado de Valladolid? No hay noticia de que sea el caso, pero es una posibilidad.
Sobre el carácter de la gente de la Villa de Colima -también lo refiere Ortoll-. Diego de Lazaga, empadronador español que visitó Colima y escribió sobre el partido en 1792, prestó particular atención al carácter y estilo de vida de los lugareños. Dos atributos que le parecieron particularmente dignos, y que pueden ser contradictorios, el letargo que regía la vida de muchos y la violencia que dominaba la de no pocos “En todo el Partido de Colima hay ganado, muchas fruta regional, y con corto afán logran las cosechas de maíz y frijol abundantes, en término de no conocer sus habitantes el hambre, por lo cual se apuran poco por mejor decir nada, en conservar de un día para otro y, a consecuencia, su fatiga es corta, pues fiados en la amenidad y en que con poco están vestidos, viven entregados a la desidia dirigiendo los precisos esfuerzos a su subsistencia.
Lazaga pretendía para Colima un gobierno que concientizara a sus habitantes sobre el lujo en el que vivían para que “Desterrando el ocio, se dedicasen a disfrutar las ventajas que ofrece la agricultura e industria”. Pero hacer esto requería de un gobierno particularmente sagaz y bueno. Respecto a la disposición violenta de los colimenses, Lazaga escribió “El carácter de los de este partido es el más atrevido y feroz de todos los de la costa andada por mí, dispuesto a hechos de crueldad y a guardar poco decoro a la autoridad real y al espíritu de las leyes, pues desconocen sus brillos, de suerte que sólo un mando sostenido y activo podrá templarlos y desterrar o moderar los arrojos que están acostumbrados a ejecutar en frecuencia”.
Según el Capitán español, Diego de Lazaga, autor del padrón de vecinos de 1792, los habitantes de la Villa de Colima, eran de “Un carácter violento y de propensión al ocio”, a lo que Sevando Ortoll, en el contexto de su análisis sobre la presencia del Caudillo en Colima, se cuestiona: ¿Seguirían, años después, los habitantes de Colima a un párroco que conocían de antaño, por el camino de la insurgencia? Lo que sigue responde a la pregunta. ¿Por qué Hidalgo? Lo que sí resulta digno de notar, es una tradición oral que ha permanecido hasta nuestros días: “Se sabe, por tradición oral, que (Hidalgo) fomentó el cultivo de la palma de coco, y que “reunía fragmentos de metal que compraba un viejo llamado Pablo. Éste le preguntó: ¿Y para que quiere eso, tata cura?; Para hacer una campana grande, que se oiga en todo el mundo, le contesto Hidalgo”.
Este hecho reviste una gran significación, pues muchos de Colima deducen que Hidalgo ya pensaba en aquellos tiempos en la posibilidad de iniciar un movimiento de independencia, que hiciera libres de cuerpo y espíritu a todos los mexicanos. Las siguientes, son líneas del historiador Felipe Sevilla del Río, respecto a la posibilidad de que 18 años antes Hidalgo planeara iniciar la revuelta independentista: Hidalgo era de conversación amena, obsequioso y complaciente, pero a la vez fogoso, emprendedor y arrebatado; dicen de él que también era muy aficionado a los juegos de naipes y amigo de tertulias, comelitones y fiestas campestres. De ser así, hallaría en Colima terreno apropiado para sus aficiones, ya que los colimenses de todas épocas fueron y seguían siendo partidarios de regocijos y aficionados a los juegos de azar, cartas y trucos. En las tertulias y festejos se bebía en abundancia el chocolate y se saboreaba el alfajor de coco.
En las reuniones familiares especialmente nocturnas se jugaba con frecuencia a la malilla de granos, pintas, albures y al treinta y uno. El juego invadía los hogares aristocráticos sin respetar ni los conventos. A dichas reuniones y diversiones nocturnas debió el Bachiller Hidalgo asistir frecuentemente, entrando así en contacto estrecho con autoridades y vecinos importantes de Colima, donde el calor del juego bien hubiera podido el cura sondear las opiniones o simpatías políticas. Pero no existe sobre este particular huella alguna en las noticias judiciales o administrativas de la época. En resumen, concluye Sevilla del Rio “las actividades conspiradoras de Hidalgo en Colima, deben descartarse históricamente”.
El cura Hidalgo se decidió por encabezar un levantamiento en contra de la corona por razones muy distintas a las que vivió en Colima 18 años antes. Una conspiración había iniciado en Valladolid, es cierto, pero se había prolongado luego a Querétaro: cuando en el Viejo Mundo los franceses habían tomado el último baluarte español, no quedaban muchos en América dispuestos a aceptar aquí su dominio. Los conspiradores de Querétaro pensaban en dar un “golpe seco”, evitando el derramamiento de sangre. ¿porqué los conspiradores de Querétaro pensaron en Hidalgo, precisamente en Hidalgo para acaudillarla? El hombre era muy conocido y apreciado.
Han de haber pensado que sus relaciones amistosas con obispos e intendentes servirían para lograr un triunfo inmediato, conocían su ascendiente sobre la gente de la región; además, en la Nueva España el prestigio de la Iglesia era mayúsculo. Frente al derrumbe de la monarquía española, al desprestigio y a la impopularidad del gobierno, la Iglesia se erguía como una torre imponente. En fin, el sacerdote era el intermediario obligado entre la elite y las masas, el único en quien las masas podían confiar.
Hidalgo se dejó convencer. La acumulación de los agravios contra la Clase media virreinal se había vuelto insoportable. Indignado por el despojo de una parte de sus tierras, enfadado por la consolidación, lo sublevaba la insolencia de los poderosos, la preferencia por los “gachupines” a la hora del peligro máximo, cuando la patria estaba expuesta a caer en manos del extranjero impío, del francés que había dejado de ser cristiano. Se convenció de que para salvar a la Nación y a la Religión, había que tomar el Poder. Su indignación, nutrida de su religiosidad, le dio los tonos necesarios en una guerrilla que nace más en busca de la equidad social que por una separación o emancipación.
A los doscientos años de su muerte, con sus aciertos y errores recordemos al hombre que, circunstancial o no, fue el que materializó el sentimiento de equidad que devino en el nacimiento de México como Pueblo, como Estado-Nación, como el País que compartimos y en el único lugar en el que nunca seremos extraños, nunca seremos extranjeros.
*Presidente de la Sociedad Colimense de Estudios Históricos, A.C.
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