NOÉ
GUERRA PIMENTEL*
La historia oficial
repetida y ahora onerosamente replanteada con alardes hollywoodescos por el neopanista Rafael
Moreno Valle, Gobernador de Puebla, como para justificar lo que no se hizo en el
Bicentenario, desde temprana edad nos ha dado constancia de la presunta epopeya
del 5 de mayo de hoy hace 150 años, misma a la que si aplicamos un poco de rigor
analítico y un básico sentido común nos encontramos con que no lo fue tanto y
menos cuando sabemos lo que triste y amargamente vino después y que la misma
historia oficial ha soslayado.
Veamos, la Batalla de
Puebla fue un combate librado el 5 de mayo de 1862, repito:1862,
en las cercanías de la capital poblana, entre la resistencia integrada por ejércitos
de la República Mexicana, al mando
de Ignacio Zaragoza Seguin (quien
ya evidenciaba un avanzado cuadro de Tifoidea, enfermedad que 4 meses después,
el 8 de septiembre, lo mató) contra soldados del 2º Imperio dirigido por Conde
de Lorencez, en la 2ª invasión francesa (la primera fue la de “Los Pasteles” de
1839), cuyo resultado fue una eventual victoria que se enaltece dada la
inferioridad de fuerzas contra uno de los ejércitos más respetados de la época.
No obstante fue un
éxito relativo, aunque no guste tenemos que reconocerlo, una victoria pírrica
si partimos de que la misma no impidió la invasión de nuestro país, quizá sólo
la retrasó, pues los franceses reagrupados sometieron a los defensores
mexicanos y sin más obstáculos avanzaron a la Ciudad de México y para el 7 de
junio de 1863, 13 meses después, establecer el Segundo
Imperio Mexicano y obligar la segunda huida de Juárez con la
República itinerante, ahora hacia el norte en busca de la ayuda de los
Estadounidenses.
Respuesta que demoró
4 años, pues fue hasta el 2 de abril de 1867, cuando ahora sí, al mando del
general Porfirio Díaz, invicto de todas sus batallas “las Armas mexicanas se
vistieron de Gloria”, al derrotar cerca de Puebla a las fuerzas del 2º Imperio
y, con ello, impedir el avance de las tropas imperialistas de refuerzo al mando
de Leonardo Márquez, el temible “Tigre de Tacubaya” (verdugo de Melchor Ocampo,
Leandro Valle y Santos Degollado), en tránsito a Querétaro y propiciar el
retiro definitivo de las tropas francesas, así como la aprensión y fusilamiento,
el 19 de junio de ese año, del 2º Emperador de México, Maximiliano de
Habsburgo, junto con Tomás Mejía y Miguel Miramón.
En ese sentido, solo
queda concluir cual fue la batalla definitiva, si la provisional que tanto se
ha ensalzado y exagerado en sus alcances, cuando solo se tuvo como resistencia
por espacio de días al inicio de las hostilidades o la final, la que cuatro
años después en la que indiscutiblemente se derrotó en definitiva a los
franceses, se derrocó al 2º Imperio Mexicano y posibilitó el restablecimiento
de la República y, en todo caso ¿quién fue el artífice, el protagonista al que se
debiera honrar? al que propició la libertad de México, al mismo al que desde entonces
y hasta hace cien años se le conoció como “el Héroe del 2 de abril”, a Porfirio
Díaz.
El nombre y hechos de
un hombre que paulatinamente han desaparecido de calles, avenidas, plazas,
edificios y ciudades que lo significaban y que como paradoja en muchos casos,
aún siguen siendo emblemáticas de su presencia y época, a la par de usarlo en
los libros de texto como lo antagónico histórico de un pueblo como el nuestro,
que se ahoga en sus contradicciones cambiando de héroes a villanos y a villanos
de héroes, como para justificar carencias y legitimar estatus del poder, como
si la sangre se pudiera limpiar, como si la memoria se pudiera borrar.
Esta
columna, además de www.ecosdelacosta.com.mx, también
la publican: www.afmedios.com, www.colimanoticias.com, www.colimapm.com, www.editorialsenda.com, www.elbuenvecino.com.mx, www.eleccionescolima.com, www.quadratin.com y sceh.blogspot.com
*Presidente de la Sociedad Colimense de Estudios Históricos, A.C.
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