EDUCADA PARA LA MATERNIDAD

Mirtea Elizabeth Acuña Cepeda*

Saber cómo ha sido el proceso educativo en un país es importante, de ese conocimiento se desprende la comprensión de otros aspectos de los procesos sociales. Pero, adentrarse en cómo y para qué ha sido educada la mujer resulta más interesante, porque se lograrían precisar muchos de los aspectos sociales que la historia no rescata; esa historia que habla de batallas y protagonistas guerreros o políticos olvida la historia de todos los días, los seres en su cotidianidad, una historia de corta duración que va concretando la sociedad en que vivimos. Desde este punto de vista, un aspecto fundamental de la educación de la mujer en México es su formación para la maternidad.

Pera ello, hay que remitirse a unos renglones sobre la historia de la educación de la mujer virreinal y de la indígena, sin olvidar que a lo largo de los siglos XVI al XVIII se vivió un proceso más complejo de lo que se ha querido suponer y que se ha visto simplificado en la historia que se enseña en la escuela. De un modo algo atrevido, puede ser definido con dos palabras: choque cultural. Aun cuando se debe aclarar que ese choque debe entenderse en una pluralidad que comprenda a todas las culturas que entraron a la palestra, y de las cuales tendríamos que enumerar en primer lugar a las mesoamericanas y la española, agregando luego la europea –que no es lo mismo que referirse únicamente a la de la península Ibérica-, asimismo, es preciso sumar las influencias más o menos fuertes de los rasgos culturales provenientes de las asiáticas y africanas. Sería a raíz de este choque que se fueron desencadenando profundos cambios en el territorio que hoy es México; pero, pese a tal choque y a la diversidad cultural, en la educación femenina persistieron dos aspectos educativos: maternidad y vida privada. La educación de la mujer novohispana, como la del hombre, estuvo bajo la dirección de la Iglesia (católica, apostólica y romana), por tanto, en colegios, en conventos o en el hogar, la educación estaba permeada por el discurso religioso. 


Desde esa perspectiva, la mujer era educada en desigualdad frente al hombre: la confinaba a la vida privada, entre los muros de la domesticidad para que ahí pudiese cumplir el papel asignado por la sociedad, de madre y esposa. Conviene señalar que el concepto “domesticación” lo he tomado de Graciela Hierro, y siguiendo a esta autora se puede señalar que la educación condiciona el ser y existir de los seres humanos, así, la mujer es educada de acuerdo con las normas sociales, en consecuencia, no todo es atribuible a la naturaleza, porque si bien, se nace mujer, la educación condiciona a serlo de una determinada forma, lo cual también se aplica al hombre. Este es un tema tan amplio que bien puede quedar pendiente para otro día.

Al tornar la mirada hacia las culturas indígenas, vemos que existía una dirección sacerdotal en la educación, y en esa sociedad, la mujer estaba sujeta a las normas, lo mismo que en la novohispana; normas que también la condicionaban a ser esposa y madre. La mujer indígena vivía en la domesticidad y bajo la dependencia del hombre, fuese el padre, el esposo o el hijo, porque siempre tenía que estar presente un varón que la defendiese y sobre todo, que la hiciese valer; sin que esto fuese objeción para que en ella descansase el honor familiar, de modo bastante similar que en la sociedad católica – novohispana. Aclarando que el honor no era de ella sino del hombre, a la mujer correspondía ser la depositaria del honor masculino, y ésta era una de las razones para la exigencia de la sujeción de la mujer a normas y costumbres que la subordinaban al destino doméstico, esto es la vida privada, donde no corriese el peligro de mancillar dicho honor. Es cierto que en ambas sociedades, indígena y novohispana, la mujer desarrollaba tareas artesanales, agrícolas y comerciales como lo han hecho sus congéneres en otras sociedades de diferentes culturas; y aunque en la sociedad indígena podían ser sacerdotisas, esto sucedía bajo la egida masculina. Algunas pocas ocuparon cargos políticos y fueron escritoras y poetas, pero eran minoría frente a los hombres.

Vemos entonces, que la figura de la mujer madre, trasciende la cultura indígena, se une a la católica y permanece hasta la actualidad; el rasgo cultural es característico, seguimos teniendo madres: Coatlicue, Tonatzin, María. Madres que cambian de nombre pero marcan el objetivo educacional de la mujer y constituyen el arquetipo y destino femenino primordial: ser madre. La mujer es educada para la maternidad, de ahí que serlo tenga un alto valor social, tanto en la cosmovisión indígena como en la católica, y todavía en la sociedad mexicana actual sigue instituyendo el ideal por excelencia del ser mujer. Sin restar importancia a la maternidad –y se debería agregar a la paternidad-, es un hecho que su alta valoración menoscaba la participación femenina en otros ámbitos de la sociedad. Sin embargo no todo es religión, las ideas pedagógicas expresadas por la mayoría de los pensadores de esa época, concordaban, ellos sostenían que a las niñas se les debe enseñar en el hogar cuestiones útiles y necesarias como la artesanía, el cuidado de la casa y los hijos.

Cabe señalar que desde el ámbito del hogar, la mujer juega y ha jugado un papel básico, al ser la principal educadora en la familia, la mujer se convierte en reproductora social; la mujer, mediante su función maternal trasmite la religión, la moral, la ética, los hábitos, las tradiciones, en fin, la cultura que pasa a través del tamiz de la vida familiar, donde rige la figura de la madre. Actualmente, la mujer participa más en el campo intelectual, político y laboral, con aportaciones de todo tipo, al mismo tiempo lucha por su libertad de expresión y porque exista una equidad de género; pero todo esto y más, lo hace sin desprenderse del signo bajo el cual nace: la maternidad.


*Correos electrónicos: mirtea@email.com, mirtea@ucol.mx

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